miércoles, 16 de diciembre de 2015

A bordo del Titanic

Hay quien cree que el Titanic se hundió para que James Cameron pudiera rodar su película, del mismo modo que hay quien cree que España se hundió para que Rajoy pudiera ganar las elecciones. A veces las desgracias suceden así, para que a unos pocos les vaya bien. Y, en nuestro caso, para mayor gloria de aquellos que olvidaron que la democracia no es una cosa hecha y conseguida para siempre. Que esto hay que currárselo. Nos ofrecen una gran nada como proyecto de vida que todavía mueve masas a hacer cola para coger turno, a pesar de que parece ya imposible pensar en nada favorable con los partidos mayoritarios convertidos en mayordomos de las entidades bancarias. Así y todo, anoche Mariano aparecía en el último debate de esta campaña como el que ya no tiene nada que ganar, al tiempo que Pedro lo hacía cantándole, al más puro estilo Zenet aunque sin sombrero, eso de "déjame presumir de ti un poquito". Después del cruce de navajas y de la mascarada de sonrisas subrayando la mentira, según los últimos sondeos, todavía hoy media España navega en un Titanic que imagina insumergible mientras la otra mitad valora si tirarse por la borda.

Resulta curioso este negocio de las encuestas acerca de la intención de voto.  A veces me da por pensar si no serán ganas de mantener a ciertos votantes en el acuario de sus hogares por disuadir papeletas. Quiero decir que, si el 20D sale el día frío, para qué va a a salir uno de casa cuando los suyos ganan de cuatro. Una ve la fiabilidad de las cifras rompiendo como una marea de imposiciones sobre las páginas de los diarios. Les hacemos demasiado caso. A mí, particularmente, en veinte años de mayoría de edad en democracia, jamás me han preguntado por mi intención de voto y, si lo hubieran hecho esta vez, hubiera contestado que votaré a Los Verdes, un poco por tocar la moral, un poco por echar unas risas.

El PSOE en general todavía confía en el voto de castigo y en que las hordas de indecisos correrán a las urnas al grito de "lo importante es que no gane el PP", mientras Pedro Sánchez en particular espera que se le reconozca el valor de presentarse. Podemos juega al viejo mercadeo de vender aire a buen precio con esa dejadez forzada del que quiere hacernos ver que tampoco importa tanto lo que parece. Ciudadanos nada a contracorriente tratando de poner el futuro de su parte, pero chocando con el iceberg fósil de la fidelidad sin criterio. Y, entretanto, yo me alojo en versos trasnochados capaces de contar noticias a las que no llega un periódico, no como ejercicio de huida, sino para amarrarme mejor al presente. Mientras el mar bandera roja, a un paso, va desmantelando el día, casi saqueándolo con una fuerza titánica, cuando ya casi nada importa más allá del gobierno de las olas y el peligro de su arrullo.


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sábado, 12 de diciembre de 2015

La perspectiva

Amanece en Guadalajara con una luz fría de invierno como a un punto de no querer. Descubriendo algunas nubes altas y una tos quieta en el cielo. El tren sigue avanzando con la desesperación de la prisa y no puedo evitar recordar aquel poema al expreso de Campoamor que hoy tiene más sentido que entonces. Así es como la vida se estrecha, mirando el cuadro con la nariz pegada al lienzo. Hemos perdido la perspectiva.

La perspectiva es ese punto de vista que nos permite celebrar la vida, no como algo invitable, sino como aquello que es posible. Es observar lo que nos rodea con ese segundo ojo que conservamos aún incontaminado. Tratando de llevar las ideas de lo concreto a lo general y buscando un tema para llenar el folio, diría que la perspectiva es hacer lo que intentaron hacer en ese famoso debate televisado al que Mariano no quiso acudir y envió a Soraya Sáez de Santamaría vestida de Pocoyó y repitiendo como un dogma eso de "hablar es muy fácil". Sí. Hablar es muy fácil. Es tan fácil que se puede incluso llegar a prometer que manarán ríos de miel sin abejas con un gobierno de derechas para luego dejarnos en las mismas bragas de esparto que los otros y comiendo con los dedos. Y lo escribo sin ánimo de caer en el "y tú más", igual que aparentaban hacer los otros tres oponentes ante las cámaras por esos caprichos de la moda callejera hasta que se levantó de la mesa, motu proprio, una portada de El Mundo y aquello se volvió un sindiós.

Pero no quisiera perder la perspectiva, que esa noche vino a ser un jugueteo con las cifras que se estiraban y contraían según principios que hubieran conseguido despeinar al mismísimo Albert Einstein (otro Albert). Lo que suma en la derecha resta en la izquierda. Es una malformación asumida de las matemáticas cuando se llevan a la política. Sucede en el momento en que se sustituye el manejo de principios por el de intereses. Cuando se observan las cosas de un modo tan despegado que es imposible tocarlas. Desde arriba, se alcanza esa óptica al interpretar ciertos derechos como privilegios olvidando los cimientos con desprecio. Lo cual es perspectiva y es traición. Es ir quedándose solo aunque lejos. Pero del mismo modo que cuando se observa el cuadro pegado a la tela.

Entre todos los que eran, con su modo de ver las cosas, se cargaron los sueños de las dos generaciones venideras. Atreviéndose, ahora, a hacernos creer que nuestra decepción resulta inevitable porque es el precio que cuesta el Estado del bienestar. Esto es, el importe en carne que se cobran los bancos, las sociedades de inversión, la administración mal administrada. Una insoportable verdad que no es más que cuestión de perspectiva, de puntos de vista y de intereses. Y, quizá, (hubiera querido evitar decirlo) la única diferencia en este momento sea que donde ayer debatían dos, hoy lo hacen cuatro. Tóquense las cosas pares.

Por eso, parece que la perspectiva sólo nos acomoda en una nueva situación, pero no varía el conjunto. Podríamos, podemos, enfocar las cosas de tal modo que parezca que no hacemos lo que hacemos, que ya no somos los que éramos, que con el cambio de discurso modificamos la realidad. Podemos acercarnos o alejarnos de la pintura, pero no cambiaremos el cuadro. Y, entretanto, anochece en una isla del Atlántico que es como un corcho sin botella en medio de una piscina, sólo para concienciarnos nuevamente de lo insignificante que resulta todo comparado con todo lo demás. Yo ya me entiendo.


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