domingo, 7 de febrero de 2016

Vivir en la mentira

En 1996, Gary Webb, un periodista estadounidense, destapó el escándalo de cómo la CIA había participado en una red de tráfico de drogas, inundando de crack los barrios negros del país, para abastecerse de armas y financiar guerras ilegales. Ocho años después, Gary Webb apareció muerto en su apartamento con dos tiros en la cabeza. La policía determinó que había sido un suicidio. Seguramente nadie se preguntó cómo alguien que se suicida de un tiro en la cabeza se dispara una segunda vez.

En un mundo en el que se mata y se olvida con igual empeño, nos hemos acostumbrado a vivir en la mentira. Porque sabe mejor. Hay verdades demasiado ciertas para ser escuchadas. Y, desde la conveniencia y la comodidad, la mentira resulta mucho más fácil de creer. Nos convencemos, para mentir, de que hay intereses que van mucho más allá de la verdad, lo cual amortigua las nuevas conciencias de vertedero que nos estamos ocupando de fomentar. Pero, con este aval ético, no se puede andar la vida. La mentira es la materia que da cuerpo a nuestros días, ese cubo de fango en el que hay que buscar a paladas lo auténtico. Existe, pero se encuentra al fondo, allí donde nadie se asoma ya. A la fuerza nos tomamos mucho más en serio el engaño que la certeza y, para muestra, sirva la imagen de Pablo Iglesias, quien, para asistir a la gala de los Goya, se viste de pajarita y para ir al congreso, cuando va, se pone la camisa de antes de ayer. Porque es mucho más serio el cine que la política, la ficción que la realidad.

El alcance de cualquier actuación de la casta o de la rasta deja siempre una calderilla de falsas sandeces salpicada de alguna foto impostada que se convierte en la pimienta de todas las salsas periodísticas el día después. Su único trabajo consiste en distraer la evidencia y en desacreditar la realidad. Se mean en las tapias del futuro porque algo les dice bien que no les pertenece. La franqueza está de más. Y así, Pedro Sánchez anda coronando su mes de nominación con promesas de las de verdad, es decir, de las que no se cumplen. Rita Barberá afronta veinticinco años de descaradas verdades desde detrás de una ventana, como la vieja del visillo. Todo lo que dijo Mariano es verdad, salvo alguna cosa. Herencias, cuentas suizas, libros contables, financiación ilegal, chantajes, promesas no son más que cortinas de humo pespunteadas de mentiras y de verdades mal contrastadas. Por el bien de España, dicen, y vamos y los votamos porque el ser humano cree mentiras cuando no encuentra verdades en las que creer, por decirlo a la manera de Larra. Pero estamos viviendo en un hotel ficticio de estrella y media con la llave echada por fuera. Hasta que la verdad se imponga y obligue a cerrar por decepción.


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2 comentarios:

  1. Afortunadamente, lo auténtico seguirá existiendo siempre. Por mucho que nos quieran hacer ver las cosas al revés de lo que son, y por mucho que cada vez haya más gente autoengañada o interesada en verlas así, también es cierto que si se quiere, si se mira sin el cristal de Campoamor, la realidad es como es, y es lo más tozudo que conozco. Nadie, absolutamente nadie, puede cambiarla. Y lo que enseña esa realidad si se mira con independencia, no está en los escritos. Es la austeridad, la eliminación progresiva de lastres absurdos e inútiles, lo que conduce a la independencia, que a su vez lleva a la objetividad. Sí, sí que existe, diga lo que diga quien lo diga. Y sólo a través de su ventana puede uno asomarse a la verdad, que realmente es lo que nos hace libres. Por mucho que muchos no quieran serlo.

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