Hay quien cree que el Titanic se hundió para que James Cameron pudiera rodar su película, del mismo modo que hay quien cree que España se hundió para que Rajoy pudiera ganar las elecciones. A veces las desgracias suceden así, para que a unos pocos les vaya bien. Y, en nuestro caso, para mayor gloria de aquellos que olvidaron que la democracia no es una cosa hecha y conseguida para siempre. Que esto hay que currárselo. Nos ofrecen una gran nada como proyecto de vida que todavía mueve masas a hacer cola para coger turno, a pesar de que parece ya imposible pensar en nada favorable con los partidos mayoritarios convertidos en mayordomos de las entidades bancarias. Así y todo, anoche Mariano aparecía en el último debate de esta campaña como el que ya no tiene nada que ganar, al tiempo que Pedro lo hacía cantándole, al más puro estilo Zenet aunque sin sombrero, eso de "déjame presumir de ti un poquito". Después del cruce de navajas y de la mascarada de sonrisas subrayando la mentira, según los últimos sondeos, todavía hoy media España navega en un Titanic que imagina insumergible mientras la otra mitad valora si tirarse por la borda.
Resulta curioso este negocio de las encuestas acerca de la intención de voto. A veces me da por pensar si no serán ganas de mantener a ciertos votantes en el acuario de sus hogares por disuadir papeletas. Quiero decir que, si el 20D sale el día frío, para qué va a a salir uno de casa cuando los suyos ganan de cuatro. Una ve la fiabilidad de las cifras rompiendo como una marea de imposiciones sobre las páginas de los diarios. Les hacemos demasiado caso. A mí, particularmente, en veinte años de mayoría de edad en democracia, jamás me han preguntado por mi intención de voto y, si lo hubieran hecho esta vez, hubiera contestado que votaré a Los Verdes, un poco por tocar la moral, un poco por echar unas risas.
Resulta curioso este negocio de las encuestas acerca de la intención de voto. A veces me da por pensar si no serán ganas de mantener a ciertos votantes en el acuario de sus hogares por disuadir papeletas. Quiero decir que, si el 20D sale el día frío, para qué va a a salir uno de casa cuando los suyos ganan de cuatro. Una ve la fiabilidad de las cifras rompiendo como una marea de imposiciones sobre las páginas de los diarios. Les hacemos demasiado caso. A mí, particularmente, en veinte años de mayoría de edad en democracia, jamás me han preguntado por mi intención de voto y, si lo hubieran hecho esta vez, hubiera contestado que votaré a Los Verdes, un poco por tocar la moral, un poco por echar unas risas.
El PSOE en general todavía confía en el voto de castigo y en que las hordas de indecisos correrán a las urnas al grito de "lo importante es que no gane el PP", mientras Pedro Sánchez en particular espera que se le reconozca el valor de presentarse. Podemos juega al viejo mercadeo de vender aire a buen precio con esa dejadez forzada del que quiere hacernos ver que tampoco importa tanto lo que parece. Ciudadanos nada a contracorriente tratando de poner el futuro de su parte, pero chocando con el iceberg fósil de la fidelidad sin criterio. Y, entretanto, yo me alojo en versos trasnochados capaces de contar noticias a las que no llega un periódico, no como ejercicio de huida, sino para amarrarme mejor al presente. Mientras el mar bandera roja, a un paso, va desmantelando el día, casi saqueándolo con una fuerza titánica, cuando ya casi nada importa más allá del gobierno de las olas y el peligro de su arrullo.
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Pues mal lo llevamos si nos seguimos currando la democracia en las urnas, porque lo único que conseguimos es alimentar al monstruo para que siga creciendo hasta que nos devore. Desde luego, está en ello, y el 20D habrá record de alimentadores, que siguen sin darse cuenta de que esta democracia no es democrática, de que aceptar las reglas del juego de los tramposos es convertir sus trampas en ley.
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