martes, 25 de marzo de 2014

Un aeropuerto

Dice mi amiga Puri que uno de los mayores placeres que existe es devorar una tableta de chocolate de una sentada sin pensar en las calorías. Para mí, ese placer consiste en devorar la misma tableta de chocolate pensando en el bocadillo de jamón que me voy a comer después para compensar el exceso de azúcar. Esta tarde me proponía alimentar ese pensamiento, medio saliendo ya de las calderas gripales de Botero, medio entrando en el sombrío pozo de la astenia primaveral, cuando leo que a nuestro Gobierno se le ha ocurrido la felicísima idea de cambiarle el nombre al aeropuerto de Barajas. Adolfo Suárez lo quieren llamar. Casi un millón de euros nos va a costar la marianada. Ni el chocolate me apetece ya.

Teniendo en cuenta que la idea del renombramiento parte de Ana Botella, casi huelga seguir elaborando una opinión, pero tendremos que echar el rato ahora que no vamos a merendar. Veinticuatro horas ha tardado la alcaldesa en alumbrar la propuesta. Básicamente, lo que le ha costado calibrar que, a Suárez, una plaza se le quedaba estrecha, una calle se le quedaba corta y tampoco era cuestión de ponerse ahora a alargar la de Alcalá hasta Logroño. Sólo quedaba el aeropuerto: calles largas, plazas amplias y "a todos los ciudadanos les parece bien", ha apuntado, después de preguntar a los cuarenta y siete millones de españoles, se entiende. Y se queda más ancha que la reina madre.

Cualquier cargo político de hoy y más, si cabe, la alcaldía de Madrid lleva asociado un mundo paralelo que, en ocasiones, conduce a pensar que éste es un momento como cualquier otro para fundirse, en placas de señalización y otros ornatos, la friolera de un millón de euros con la seguridad de que todos los ciudadanos aplauden la idea. A los ciudadanos, en realidad, ni fuerzas nos quedan para sonarnos los mocos, mucho menos para aplaudir nada. Pero son ya tantos los años de corrupciones, engaños, sandeces, renuncias a cuenta de la torpeza de otros que ya todo se encaja. La crisis era esto: caer de golpe y conseguir que la gente se acostumbrara a vivir allá abajo. Y, ahora, ¿un aeropuerto? o un océano, lo que haga falta.

No quiero decir que el primer presidente de esta democracia no merezca un reconocimiento como el de imprimir su nombre en algo de eso por lo que el tiempo no pasa, pero sí digo que, puestos a entregarle un aeropuerto a título póstumo, le podían haber dado uno sin estrenar, como el de Castellón, que lo tendremos aún sin rotular ni nada, y ese millón que nos ahorrábamos para investigación o tratamientos contra el alzheimer, por ejemplo. Pues no se le ha ocurrido a nadie. Y Adolfo tampoco va a venir para quejarse. Es lo que tiene morirse, que todo te da igual ya, supongo. Además de la ventaja que para los demás supone que el muerto ya no pueda defenderse del rosario de idioteces y falsedades que le van a endosar junto con los dos palmos de tierra. Así que todo se conjuga para mejor hacer el ridículo, que viene siendo lo nuestro.

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miércoles, 5 de marzo de 2014

¡1949!

Andaba ayer medio profundamente atribulada con la noticia de la supresión de sueldos fijos para los parlamentarios de Castilla la Mancha cuando, de pronto, ¡1949! Al escuchar la cifra, no sabía si es que estrenábamos año o que teníamos que cambiar la hora a toda prisa. ¡Las ocho menos once y yo con estos pelos! Luego ya, sacaron a Fátima en la tele diciendo que el mercado laboral se había dado la vuelta solo y me volví a sentar en el sofá. Pero 1949 parados menos en un mes de febrero que ni siquiera es bisiesto es una noticia excelente. Parece una broma para un país de cuarenta y siete millones de habitantes, incluso parece broma para una ciudad con la densidad de población de Teruel, y, sin embargo, no deja de ser un comienzo. Según mis cálculos, a este ritmo mensual de 1949 parados menos, en unos trescientos años cuadramos las cuentas. Es un poco más de lo que había anunciado este Gobierno, pero menos de lo que nos costó abandonar las cavernas en el Neandertal.

Entre que salimos de la cueva y no y antes de que el INAEM supere al país en número de empadronados, parece ser que el Gobierno no descansa en su empeño de apuntalar aquello de la creación de empleo hasta que, de este nuevo y ejemplar modelo productivo que se han inventado, manen la miel y los contratos indefinidos a partes iguales. Creíamos los impacientes que, al Gobierno, la mayor preocupación del país no le robaba un minuto de sueño y, hoy, 1949 nuevos empleos después, sabemos que nuestro presidente vivía sin vivir en sí y moría porque no moría cada vez que tenía un rato. Resulta que aquel sarpullido de dos millones de parados más que le había salido a la espalda desde que se fotografiara en la cola del paro de Zapatero con las manos en los bolsillos como un inspector de trabajo a la caza y captura del desempleo, le impedía dormir en la posición de cúbito supino en la que quedaba el 26% de la población activa. Han hecho falta más de dos años, una reforma laboral desesperada y la intervención de la Virgen del Rocío, pero, por fin, la urticaria empieza a remitir a ritmo de pasodoble español.

En realidad, tampoco me siento capacitada para decir si este 1949 que nos levanta del sillón de un salto es consecuencia directa de la reforma laboral del PP o ha sido un accidente. En cualquier caso, es una llamada al optimismo vital y al fervor profético que no podemos desaprovechar quienes, hasta ayer, vivíamos anclados en los números rojos. Mariano, que ha visto cómo se nos descorchaba la tapa de los sesos con el notición, ha pedido calma. Mariano sabe bien que 1949 tampoco es un número como para quedar a cenar con la Merkel, aunque sí para ir encargándose el traje. A mí que, acusada de no encontrar un dato positivo en lo que va de esta legislatura, se me estaban yendo un poco ya los pies, me sorprende que, por una vez, sea el propio Mariano el que me corte el rollo sandunguero, pero parece ser que hay que esperar algo más de primavera.

Yo siempre había tenido la certeza de que el paro juvenil sería un problema que se solucionaría con el tiempo, bien por medio de nuevas contrataciones, bien, y más probablemente, con el cumplimiento de años. Y, de pronto, ayer ¡¡1949!! Es que cierro los ojos y lo veo en luces de neón. Abro los ojos, y el careto de Mariano. Vale, 1949 no es una cifra muy redonda ni para asaltar la Cibeles como si hubiéramos ganado la copa del desempleo, pero, oigan, menos es nada. Y creo firmemente que, a pesar del cenizo de Mariano, deberíamos salir todos a la calle y celebrarlo con unas cañas y una tapa de aceitunas a todo trapo en el bar que nos quede más a mano, no vaya a ser que en el mes de marzo cerremos con 1949 camareros de vuelta al paro.

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